«La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950)
María es esa mujer que reúne todas las esperanzas de la humanidad, nuestras historias de ilusiones y desencantos, todo el camino que hacemos con nuestros aciertos y dificultades. Una mujer que da a luz al Mesías. Y nos enseña a enfrentarnos a todo aquello que no es De Dios, que me impide vivir de verdad el amor De Dios.
La Virgen María nos enseña una manera diferente de vivir. Un vivir lleno de la esperanza, de la misericordia, de la fortaleza y de la gracia de Dios. Y nos enseña a hacer de nuestra vida una proclamación del amor de Dios, sabiendo que la victoria de Dios es la victoria del amor de Dios, de la vida, de la esperanza. Es la victoria de Jesucristo.
La Asunción de la Virgen es celebrar esa victoria y descubrir cómo Dios nos hace a todos nosotros partícipes de la misma. Aunque a menudo no lo parezca, aunque a veces pensemos que las cosas van cada vez peor, siempre podemos ver a nuestro alrededor esas pequeñas victorias. Esos esfuerzos de cada uno de ir sembrando: amor y no egoísmo, paz y no dominio, buena voluntad y no ganas de ser más que los demás.