Empezamos una serie de domingos con parábolas. Y arranca con la parábola del sembrador. Donde Jesús se nos presenta como el sembrador que no se impone, sino que propone: echa la semilla, con paciencia y generosidad sin importar donde cae, no la echa tacañamente.
Nuestro corazón es el terreno que puede ser bueno y entonces la Palabra da fruto pero puede ser también duro, impermeable. Puede ser pedregoso, superficial, que acoge al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio, pero no persevera, se cansa y no “despega” nunca. O un corazón lleno de zarzas que asfixian a las plantas buenas. Las zarzas son los vicios, los ídolos de la riqueza mundana, el vivir ansiosamente, para sí mismos, por el tener y por el poder.
Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro: a dar las gracias por nuestro terreno bueno y a seguir trabajando sobre los terrenos que todavía no son buenos. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Y descubramos que es posible recuperar el suelo llevando al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestras zarzas para que las quite y seamos tierra buena.