El evangelio comienza con unos pescadores sobre la orilla del mar de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo sin pescar nada, están lavando y organizando las redes. Cansados, fatigados, ya de recogida y de repente Jesús pide subirse a la barca. Hay que dejarle que se suba a la barca de nuestra vida. Cuando le dejamos subirse a la barca, no nos quedamos en la orilla con nuestra tristeza y fatiga. Escuchamos su palabra y por su palabra remamos mar adentro. Es la respuesta de la fe, que nosotros también estamos llamados a dar. Es la actitud de disponibilidad que el Señor pide a todos sus discípulos.
Y la obediencia confiada de Pedro produce un resultado prodigioso. Se trata de una pesca milagrosa cuando nos ponemos generosamente a su servicio, Él realiza grandes cosas en nosotros. Cuando viene el éxito la reacción de Pedro es: «Señor, aléjate de mí, porque soy un pecador». No se engrandece, sino que sabe quien es el autor del milagro, es la humildad. Y entonces es enviado, somos enviados a remar cada día a dentro.
Así actúa con cada uno de nosotros: nos pide que lo acojamos en la barca de nuestra vida, que comencemos de nuevo con él y surcar un nuevo mar, que se revela lleno de sorpresas. Confiemos en su Palabra y no nos quedemos en las orillas sino que lancémonos a esta travesía de ser Buena Noticia de Dios.