Esta es el tema que discuten los apóstoles, pregunta que nace después que el Señor recordará que van camino de Jerusalén, les habla de la pasión y de su muerte. Y les entra miedo, y viene la tentación de huir de las cruces propias y de las cruces de los demás, de alejarnos del que sufre.
Ante lo que nos da miedo, entra un gran pecado: la envidia. Es un gusano que te empuja a destruir, a criticar, a aplastar al otro. Hiere a la Iglesia, hiere a Cristo. Cuando empezamos a rivalizar quien es más que el otro, se pierde la unidad. Se pierde la paz. Cuantas envidias nos han dividido en nuestras familias, en nuestros pueblos, sociedades, …
Y la superaremos cuando sepamos responder verdaderamente: ¿Quién es el más importante? Una pregunta que nos acompañará toda la vida e iremos respondiendo en las distintas etapas de nuestra vida, de nuestra sociedad. Jesús es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero – o sea el más importante – que sea el último de todos y el servidor de todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás. Hemos sido puestos por Dios para amar y servir, no dejemos que la sutilidad de la envidia y la rivalidad se instale en nosotros.