El evangelista continúa la narración de una jornada típica de Jesús: la Misericordia es como un río de gracia que da de su sobreabundancia a cada uno. Y qué no tiene hora y no cierra. Es la Misericordia que se acerca a la suegra de Pedro y la «levanta» cogiéndola por la mano. Y en estos momentos necesitamos que el Señor nos cure, nos coja de la mano, sane nuestros corazones para que tomemos la actitud del servicio para los demás.
He aquí la gloria de Dios. He aquí la tarea de la Iglesia: ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos; esta es la tarea. Ayúdanos, Señor, a inclinarnos contigo sobre cada hermano que está pasando por la prueba, que sufre, que es humillado. Haz que unos seamos capaces de llevar las cargas de otros. Y todo esto será posible, si la oración es la raíz de nuestra vida: “Se levantó muy de mañana para rezar”, nos dice el evangelio. Que cada mañana, en la oración, descubramos que hemos sido llamados a ser un río de la misericordia de Dios con los demás.