Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Este domigno dejémonos abrazar por Dios, para llenarnos de su amor y de su misericordia. Para que el Señor nos vista de perdón, nos vista de esperanza, nos calce las sandalias de la fe. Porque ya somos criatura nueva, hemos sido redimidos por Dios. Esa es la experiencia del hijo menor. Un abrazo que nos invita al banquete. Es el banquete de la eucaristía.