El amor es el compendio de toda la Ley divina. Un amor que se manifiesta a los demás:
Con todo el corazón: porque el amor brota de Jesucristo, porque si no lo reduciremos meramente a un sentimiento. Y lo que tenemos que pedir al Señor es que nos contagie su amor.
Con toda la mente: tu forma de discurrir, de pensar, que nos ayuda a superar los miedos, los rencores, las heridas que nuestro modo de razonar la vida, las situaciones sea el de Dios.
Con toda el alma: que ese amor empape nuestra vida, ese amor nos seduzca y descubramos que merece la pena llenarse de Dios. Uno descubre que está llamado a ser ese regalo de amor de Dios a los demás. Y ese amor se da al otro.
El prójimo: El amor da alegría. Si se trata del amor de Dios, la alegría es plena. El amor de Dios es totalmente incondicional. Nos lleva verdaderamente a los demás. Todo ello brota del altar de Dios, del encuentro con Él en la eucaristía y en la oración diaria. «Enséñame tu modo de amar»