Cuando nos ponemos en camino por el desierto nos surgen las primeras dificultades, las tentaciones. Tentaciones que nos llevan al final a preguntarnos si merece la pena seguir caminando, y no es mejor quedarnos en esa mediocridad y no luchar. Y hoy Jesús nos muestra que no debemos tener miedo a ponernos en camino, porque la meta merece la pena y Él está con nosotros.
Tentación del pan: en el fondo es preguntarnos que alimenta nuestra vida. Que es lo que la nutre, hay alimentos que se nos hacen pesados: crítica, envidia, miedo,…; y hay alimentos que nos ayudan a caminar a superar las dificultades: la oración, los sacramentos, el amor, el perdón, la fe, la esperanza. Señor que siempre tenga hambre de ti, que Tú seas el alimento que llena mi alma cada día.
Tentación del prestigio: nace cuando buscamos el reconocimiento de los demás, cuando lo que importa es el prestigio y no la verdad y el amor. Ese aparentar. Pedirle al Señor, que el prestigio que busquemos sea el del servicio, el de la entrega, el prestigio de la disponibilidad, de la humildad, de la sencillez.
Tentación del poder: todos tenemos poder, el poder en mi familia, en el trabajo, con los vecinos, en la parroquia, conmigo mismo. Porque tengo el poder de amar o de no amar, de ayudar o de mirar a otro lado, de perdonar o de dejar que el rencor se instale. Son nuestros pequeños poderes, y hoy Cristo nos enseña que nuestro poder es el de la cruz, el poder de una vida entregada hasta el final.