Comenzamos la Semana Santa, durante 40 días nos hemos estado preparando para este momento, Conocemos la historia de la pasión de Jesús, y puede que lo reduzcamos a mera admiración por lo que Dios hace por cada uno de nosotros. Pero vamos a pedirle este domingo que nos de la capacidad del asombro. ¿Qué ocurre en aquel pueblo que lo recibe con palmas y después grita: “crucifícalo” ?, ¿Qué les ha pasado? Se han quedado en la mera admiración, es decir, ellos ven en Él una buena persona, que ama, perdona, habla con “autoridad” y muchas cosas más. Hoy día también pasa, hay personas que lo admiran. Lo admiran, pero su vida no cambia. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro.
Asombro: es contemplar a Cristo y descubrir que lo hizo por nosotros, que fue tocar lo más profundo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.
En esta Semana Santa, levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del asombro miremos al Crucificado y digámosle: “Gracias, Señor por cuánto me amas”. Dejémonos sorprender, asombrar esta Semana Santa por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Ésta es la grandeza de la vida, descubrirse amados y llevar este amor a los demás.