Hoy Jesucristo nos invita a ser esa sal y esa luz del mundo. Ser sal que es darle sabor a las cosas, pero un sabor que destierra el egoísmo, el rencor, la envidia, la crítica, el pecado. Sal que da alegría, amor, perdón, esperanza. Sólo consiste en ponerle esa pizca de sal de Dios a la vida, cuidar los pequeños detalles.
Y desde ahí pasamos a ser luz de Cristo para ayudarnos en las horas de oscuridad. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva la luz, ¡siempre da luz! Una luz que no es suya, Dios se la ha regalado y él la regala. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.
Seremos sal y luz en la medida que nuestro amor a Dios se concrete en el amor al prójimo, y especialmente al prójimo más necesitado, más pobre.