El Señor en este domingo nos invita a permanecer en Él, para que nuestro amor no se dé de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. Vivir verdaderamente el amor de Dios es posible, porque Él nos amó primero. Y para ello tenemos que arrancar todo aquellos que no es de Dios. Entonces, así sabremos permanecer en Él, cuando nos vemos débiles. Porque es quien nos da seguridad. Se trata de permanecer en el Señor para encontrar el valor de salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros espacios, para adentrarnos en el mar abierto de las necesidades de los demás y dar testimonio cristiano en el mundo.
Este coraje de salir de sí mismos y de adentrarse en las necesidades de los demás, nace de la fe en el Señor Resucitado y de la certeza de que su Espíritu acompaña nuestra historia. Cada uno de nosotros es un sarmiento de la única vid; y todos juntos estamos llamados a llevar los frutos de esta pertenencia común a Cristo y a la Iglesia.
Así nuestra vida da Gloria a Dios. No busca otra cosa que mostrar esa gloria a todos los que nos rodean. La búsqueda de la gloria de Dios es la aguja de la brújula de nuestra conciencia. Es el gozo de ser santos.