Siempre que Cristo se hace presente en medio de sus discípulos les trae la paz. Entra a pesar de estar las puertas cerradas, está en medio de ellos y les da la paz que tranquiliza: «Paz a vosotros». Jesús muestra a los discípulos las llagas de las manos y del costado, que se convierten en fuente de alegría. La alegría que nace en su corazón deriva de «ver al Señor». Esta alegría tiene que asentarse, y requiere perseverancia porque cuando llega Tomás nos les cree. Y ¿por qué? Tomás duda de la palabra y el testimonio de la comunidad del Señor.
Tomás sencillamente no encuentra en sus amigos una comunidad creíble, seguían con las puertas cerradas. Muchas veces nos cuesta terminar de abrir las puertas al Señor. Y cuando el Resucitado regresa una semana después, a pesar de tener las puertas cerradas, Tomás se llena de fe: “Señor mío y Dios mío”.Y cuando se vive esa experiencia del Resucitado en nuestras vidas, en nuestras casas aunque, en ocasiones, tengamos las puertas cerradas, aprendemos a disfrutar viviendo como las primeras comunidades: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.”
Que el Señor nos conceda dar testimonio de la Resurrección llevando la paz de Dios a todos los que nos rodean, siendo misericordiosos.