Estamos casi al final de nuestro tiempo litúrgico y vemos algo fundamental que nos distingue a los cristianos de los no creyentes, es nuestra fe cristiana que se traduce también en esperanza, y que ilumina tanto nuestra visión de la vida presente como de la futura.
Dios que nos ama con locura es un Dios de vivos, no de muerte. Cristo hoy nos hace una revelación esencial para nuestra fe: Son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección (Lc 20, 36).
Por ello, no debemos temer al futuro. Debemos comprometernos a vivirlo confiados en ese Dios que nos ama profundamente, y a quien nosotros queremos también amar con todas nuestras fuerzas, aunque sean muy pequeñas.
Así que pensemos en la vida eterna, es de personas sensatas que tienen buen sentido común, que viven despiertas y quieren dar importancia a las cosas que en verdad la tienen y relativizan todo lo demás.