Descubramos a María como la nueva arca de la alianza. Esta arca viviente en movimiento: tras dejar su casa de Nazaret, María se pone en camino hacia la montaña para llegar de prisa a una ciudad de Judá y dirigirse a la casa de Zacarías e Isabel. «De prisa»: las cosas de Dios merecen prisa; más aún, las únicas cosas del mundo que merecen prisa son precisamente las de Dios, que tienen la verdadera urgencia para nuestra vida.
Entonces María entra en esta casa de Zacarías e Isabel, pero no entra sola. Entra llevando en su seno al Hijo, que es Dios mismo hecho hombre. Ciertamente, en aquella casa la esperaban a ella y su ayuda, pero también se les regala la presencia de Dios. De ahí la expresión de Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». «En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre».
María es la nueva arca de la alianza, ante la cual el corazón exulta de alegría, la Madre de Dios presente en el mundo, que no guarda para sí esta divina presencia, sino que la ofrece compartiendo la gracia de Dios. Ella nos enseña hoy a ser esa arca de la alianza, donde Dios quiere vivir, para llevarlo después a los demás, así salten de alegría a nuestro encuentro porque llevamos a Dios.