Seguimos en este tiempo de Cuaresma, descubriendo como podemos ser signo del amor de Dios. El domingo pasado se nos invitaba a afrontar la vida, como el Señor lo hizo. Este domingo a: “Escuchar y escucharLE”. Estamos en el monte Tabor, en la Transfiguración.
Subir al monte es acercarse un poco a Dios. Jesús sube con los tres discípulos y se detienen en la cima del monte. Es ahí en la oración donde nuestro corazón tiene que tocar el cielo para saber pisar la tierra desde Dios. Porque es ahí donde podemos empezar a descubrir la belleza de Dios y como impregnarla en el mundo que nos ha tocado. Estamos llamados a subir al monte, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de la victoria pascual.
Pero subir al monte no es olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida; la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual. No, este no es el mensaje de Jesús. Estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes. Encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza: ésta es la misión del cristiano. Llevar la belleza de Dios y lo haremos cuando seamos capaces de “escuchar y escucharLE”.