Ella está en el Cielo en Cuerpo y Alma

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… »

El dogma de la Asunción (Pío XII, 1-11-1950) afirma, concretamente, que Ella está en el cielo en cuerpo y alma. Es el triunfo de la Virgen, pero al mismo tiempo es nuestro propio triunfo. La fiesta de hoy es una consecuencia del Misterio central de nuestra Fe, la Resurrección de Jesucristo, en el que todos hemos resucitado. Jesús murió y resucitó. Ese Jesús que vivió con los apóstoles, hoy vive.

Y esa misma María, que llevo en su seno a Jesús, hoy vive; y nosotros que estamos aquí, un día moriremos y también viviremos como Jesús y María, con Jesús y con María. La fiesta de la Asunción no es sólo la celebración del triunfo de María, sino también el anticipo, por así decirlo, de nuestro futuro triunfo. 

«Esta maternidad de María en la economía de la gracia —tal como se expresa el Concilio Vaticano II (*) — perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida a los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

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(*) “María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial….al ser honrada la Madre, el Hijo…., sea mejor conocido, amado, glorificado…El santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos… Y exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina a que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios. Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG 67).

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