Esta máxima con la que concluye el evangelio nace de una llamada a aprender a vivir como hermanos. De la importancia de la coherencia. No podemos dejar que se instale en nosotros una doble vida. Porque sino nace la desconfianza, la hostilidad que nos lleva a vivir en corrupción. En el fondo es vivir en la apariencia. Por eso es bueno que nos preguntemos cuáles son mis motivaciones para vivir, estudiar y trabajar.
Y desde ahí aprendamos que todos somos hermanos y no debemos de ninguna manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba. Todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal. Humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo.
San Francisco decía a sus hermanos: «Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras».