“Él nos eligió en la persona de Cristo, para que fuésemos santos por el amor” (II Domingo después de Navidad)

Hemos sido elegidos para ser santos, para ser reflejo del amor de Dios. Para llevar esta riqueza de Dios a los demás. Y esto es posible, porque la Palabra misma de Dios, la palabra vida se ha encarnado, se ha hecho uno como nosotros, ha venido a acampar en cada una de nuestras vidas. Para que sea Él quien resuene en nuestros corazones, en nuestras esperanzas, en todos los acontecimientos.

El obrar de Dios, en efecto, no se limita a las palabras, no se conforma con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí el cansancio y el peso de la vida humana. No asumió nuestra humanidad como un vestido, que se pone y se quita. Se unió para siempre a nuestra humanidad.

Esta es la vida que tiene que resonar en nosotros, para que cada uno de nosotros nos convirtamos en esa caja de resonancia del amor de Dios en medio del mundo. Esa es nuestra tarea, nuestra misión. Señor que te deje acampar cada día en mí, para que descubriendo lo que me amas, sea esa voz de tu amor en el mundo.

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