En este Domingo de la Palabra, escuchamos las primeras palabras de la vida pública de Jesús, que nos invita a la conversión, pero no por el hecho simple de necesitar cambiar, sino porque cuando nos instalamos en nuestra cerrazón, nos perdemos el gozo del Reino de Dios, que está ya aquí presente.
Esta conversión no consiste en hacer penitencia. No basta tampoco pertenecer al pueblo elegido. No es suficiente recibir el bautismo. Es necesario «dar el fruto que pide la conversión»: una vida nueva, orientada a acoger el reino de Dios. En el fondo es un cambiar el modo de pensar, cambiar el modo de sentir. Es un cambio, pero no es un cambio que se hace con maquillaje: es un cambio que el Espíritu Santo hace dentro.
muy preciso y ajustado el comentario que se aporta. gracias