Seguimos remando rumbo a Jerusalén, sabiendo que con Él de patrón no habrá niebla que nos asuste, y dejando que su luz ilumine nuestra travesía. En esta semana aprendamos a construir para Dios un templo en nuestra vida. Y para ello tenemos que descubrir que necesitamos sacar de la barca, que nos impide seguir remando, sacar actitudes, no personas.
En esta expulsión de los mercaderes del templo vamos a pedirle al Señor que le permitamos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, críticas, celos/envidia, odio, … Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor.
Y desde ahí tener ese celo, ese deseo de hacer de nuestra vida un templo vivo de Dios, que igual que existe el templo físico, nosotros tenemos que ser ese templo vivo de Dios, que nos esforzamos en ser reflejo del amor de Dios a todo aquel que se encuentra con nosotros. Y eso conlleva compromiso, implicación, no tener miedo a abrazar la cruz y anunciarla, descubrir que el Crucificado es el icono del amor de Dios.