Esta cuaresma nos embarcamos rumbo a Jerusalén, teniendo presente esas tres claves esenciales en nuestra vida de fe: la oración, el ayuno y la limosna. Y en este primer domingo de Cuaresma nos encontramos en un momento de desierto con el Señor.
El desierto es el lugar donde Dios habla al corazón del hombre, y donde brota la respuesta de la oración. Pero es también el lugar de la prueba y la tentación, donde el Tentador, aprovechando la fragilidad y las necesidades humanas, insinúa su voz engañosa, alternativa a la de Dios. El desierto son esas nieblas que se nos presentan en la vida, que nos cuesta ver con claridad.
La tentación del demonio tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas. Comienza levemente, pero crece: siempre crece. Segundo, crece y contagia a otro, se transmite a otro, intenta ser comunitaria. Y al final, para tranquilizar el alma, se justifica. Crece, contagia y se justifica.
La respuesta ante las tentaciones, la conversión. Porque, la conversión es una gracia que hay que pedir con fuerza a Dios. Y creed en el Evangelio, porque es identificarnos con esa Buena Noticia.