«Bienaventurados» IV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Lo primero que debemos hacer es dar gracias a Dios, porque nos habla de bienaventurados, dichosos, felices. Nos podíamos preguntar: ¿bienaventurados, con todas las cruces que nos rodean, con las dificultades, nuestras debilidades, …? Cuando parece que siempre gana lo agresivo, lo violento, el que parece más cínico. Y que para poder sobrevivir no hay otro camino que convertirnos en lo mismo.

Pero, hay otro camino: Cristo. Porque las bienaventuranzas son la raíz de nuestra vida, es la vida como Dios la pensó, nos amasó. Si olvidamos esto, las veremos como algo utópico, irrealizable. Pero es realizable no sólo porque Cristo lo hizo y nos da la gracia, sino también porque cada uno de nosotros somos una bienaventuranza de Dios.

Y es aquí donde nace nuestra misión, donde encuentra sentido toda nuestra existencia, en descubrir que este camino es donde encontraremos la felicidad, no pasajera, sino permanente. Una vida sencilla/generosa/desprendida, una vida llena de mansedumbre, de paz, de limpieza de corazón, de misericordia, de alegría para los demás. Convirtámonos en esa bienaventuranza de Dios para los demás.

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