Zaqueo, ante el «muro» que tiene delante no se queda en la dificultad quejándose sino que es capaz de trepar a un árbol, para poder ver al Maestro que pasa. Y empieza el milagro, Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida .
La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios. Mira el corazón herido y va allí. El gesto de dar confianza a las personas es lo que las hace crecer y cambiar. Así se comporta Dios con todos nosotros: no lo detiene nuestro pecado, sino que lo supera con el amor y nos hace sentir la nostalgia del bien.
No nos quedemos contemplando los muros que se nos levantan, seamos capaces de subir a ese árbol que nos permite descubrir la mirada de Dios, para que transforme nuestra vida, en un corazón generoso