Comenzamos el discurso del pan de vida donde Jesús señala que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, de nuestros comportamientos, pan partido para los demás.
Este alimento nos dará la fuerza en los momentos de flaqueza, la alegría en los de tristeza, la esperanza en las circunstancias de dolor, la fe en las de duda. Y es un alimento que no provoca ni intolerancias, ni divisiones, ni malestar. Hay otros alimentos que, si nos dividen, cuando nos alimentamos de nuestros enfados, iras, egoísmos, rencores, soberbias, … Lo primero es la indigestión que conlleva vivir la vida como una pesadez. Pidámosle al Señor hoy y cada día: “Danos tu pan”.
Y cómo nos alimentamos del pan de Dios: en la oración de cada día, en las obras buenas, en el perdón y en la eucaristía. No olvidemos que cada vez que participamos en la Misa y nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, da forma a nuestro corazón, nos comunica actitudes internas que se traducen en comportamientos de acuerdo con el Evangelio.