Nos encontramos con dos milagros este domingo que arrancan desde la fe, desde una oración y en un momento determinado, de dificultad, necesitan de esa fe.
Primer milagro, aquella mujer que lo había gastado todo, ya casi sin fuerzas, se acerca a Jesús con fe, pero no es fácil, hay obstáculos que se presentan en su camino. Su fe le dio las fuerzas necesarias para lograr abrirse paso entre la gente y llegar hasta Jesús. En nuestra vida le pedimos algo al Señor, pero se nos presentan dificultades y parece que Dios se olvida de nosotros, que no nos tiene en cuenta. Es el momento de la fe, de la confianza. Hoy acerquémonos a Cristo para que sane todo lo que desangra nuestro corazón, lo que nos debilita, lo que poco a poco va apagando la vida, nos va cansando. Para acercarnos a Él y dejar que nos cure, que sane esas hemorragias de nuestra vida.
Y desde ahí nace el segundo milagro la resurrección de la hija de Jairo, también la fe, en el camino, la peor noticia, (“Para qué molestar”: para que rezar, para que luchar, esforzarse, ya no hay nada más que se pueda hacer,…) y de nuevo la fe
Es el momento de escuchar: No desesperes, no dejes que el corazón se paralice, se endurezca. El Señor te dice: «Yo te digo: ¡Levántate!». Ve. ¡Levántate, valor, levántate!». Y Jesús vuelve a dar la vida a la muchacha y vuelve a dar la vida a la mujer sanada: vida y fe a las dos. Una fe verdadera es una fe que da la vida. Esta es la fe que en este día venimos a pedirle al Señor, esa confianza, que cure todo aquello que me desangra y que me coge de la mano para decirme levántate no te quedes en la mediocridad, en la queja, en el enfado, ve y camina amando y llevando el reino de Dios.