En este domingo, el Espíritu lleva a Jesús al desierto, es el lugar donde se descubre quien soy, y como realmente soy. Es el lugar donde descubro lo que realmente amo y el lugar que quiero darle a Dios en mi vida y en mi corazón. Es un lugar de oración, de meditación y de despojamiento definitivo de mí mismo. Es un lugar para tomar mi cruz y caminar en pos de Él.
En el desierto nos viene la tentación del cansancio, que es lo que queremos podar en esta semana, porque parece que siempre es lo mismo. El espíritu de cansancio nos quita la esperanza. El cansancio es selectivo: siempre nos hace ver lo malo del momento que estamos viviendo y olvidar las cosas buenas que hemos recibido. Nada nos gusta, todo va mal…”.
La solución al cansancio, la oración. Allí encontramos la fortaleza necesaria, ese aire fresco, el descubrir que no todos los granos de arena del desierto son iguales, que hay que seguir caminando porque Él nos está llevando a un buen oasis. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida. La oración es sobre todo escucha y encuentro con Dios. Los problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente. Una oración perseverante. Es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: el abandono en las manos del Padre. “Padre, que se haga tu voluntad”.
Danos el don de saber podar el cansancio, e injertar un espíritu orante.