Se nos presenta la parábola de los talentos. Que nos recuerda cuál es la mejor inversión que podemos hacer en nuestra vida, la que no se desvaloriza, la que no pierde patrimonio es: vivir el amor de Dios.
Porque Cristo nos ha entregado el mejor patrimonio que podemos tener: la vida, su amor, la misericordia, el perdón, la esperanza, su Palabra, la eucaristía, en definitiva, el reino de Dios. A cada cual según su capacidad, y Dios nunca nos va a pedir algo que no podamos hacer. Pero nos lo ha entregado no para custodiar, sino para multiplicar. El pozo cavado en la tierra muestra el miedo para amar. La vida no es para ponerla en una caja fuerte. Hemos recibido la vida no para enterrarla, sino para ponerla en juego; no para conservarla, sino para darla.
En este domingo no se nos invita a mirarnos tanto a nosotros mismos sino a preguntarnos: ¿qué hemos hecho por los demás? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Hagamos que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos ha dado, sean para los demás, crezcan, den fruto con nuestro testimonio.