El Señor resucitado se vuelve a hacer presente en medio de sus discípulos, trayéndoles la paz. Esa paz al corazón, esa paz que abre sepulcros, esa paz que ilumina la vida, esa paz que llena de esperanza, esa paz de su mirada.
Pero a los discípulos les cuesta creer, se asustan. Es como una especie de miedo a la Resurrección, a la alegría. Jesús se sorprende: “¿por qué os alarmáis?” No será porque los discípulos se han quedado en el drama de la cruz, saben que ha resucitado: Dios existe, pero está allí, Jesús ha resucitado, ¡está allí! Sí, ha resucitado, pero yo es que vivo el viernes santo continuo. Y lo que tenemos que aprender es a mirar, a vivir esa cruz desde la experiencia de la Pascua.
Para ello tenemos que pedirle, como hizo con los discípulos que nos abra el entendimiento para comprender las Escrituras. Señor abre también mi entendimiento, mi corazón para reconocerte Resucitado en mi vida. Para entender tus planes, para reconocerte presente en la Eucaristía. Sólo podemos ser testigos de Cristo si le abrimos el corazón, si le reconocemos en nuestra vida, en la eucaristía, si dejamos que esa paz que nos trae lo inunde todo. Superando el quedarnos en el viernes santo. Así nos convertiremos en testigos del resucitado.