Este domingo el Señor nos recuerda a que estamos llamados a ser sal y luz. La sal es un elemento que, mientras da sabor, preserva la comida de la alteración y de la corrupción. Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es la de dar “sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado, y al mismo tiempo tiene lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la maledicencia, etc. ¿Dónde necesito esa sal en mi vida y dónde necesito poner el sabor de Dios?
Y desde ahí el cristiano deberíamos ser personas luminosas, es decir, que llevamos la luz, siempre dar luz. Una luz que no es nuestra, porque el Señor cada día quiere prender en nuestra vida esa luz. Sal para los demás, porque la sal no se da sabor a sí misma, siempre está al servicio. Y luz para los demás, porque la luz no se ilumina a sí misma, está siempre al servicio.