Hoy día es el último domingo del año litúrgico y la Iglesia celebra la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Y se presenta el evento último de la historia: la venida del Hijo del hombre.
Es la escena del juicio final mirando nuestra vida presente. Nuestro nivel de amor. Nuestra capacidad de reconocer a Dios en los hermanos. Nuestra forma de vivir, si es desde la cercanía o desde la lejanía. Hoy no podemos olvidar que Dios se identifica con los: los hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos, encarcelados: “En verdad os digo que cuanto hicisteis (o dejasteis de hacer) a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. ¡Los identifica consigo mismo!
Hay que pedirle al Señor cada día que nos de ese don de reconocerle en el hermano. Porque mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor. Según cómo nos comportemos con los más pobres, ya sabemos la sentencia que nos espera. En el juicio final no habrá ninguna sorpresa ni perplejidad. Todo nuestro amor a Dios se debe volcar en el amor al prójimo. Sin el amor al prójimo no hay amor a Dios. El amor a Dios se expresa y se hace concreto solamente en el amor al prójimo. Esta es la verdadera sabiduría del corazón: salir de sí hacia el hermano.