Los discípulos vienen después de la misión, a la que habían sido enviados la semana pasada, vienen cansados, con ilusión y también con sus fracasos. Y empiezan a contarle todo lo que han vivido. Que importante es contarle al Señor nuestra vida, abrirle el corazón, no levantar un muro.
El Señor va escuchando y también descubre que no tenían tiempo ni para comer. Y por eso les invita a descansar, es tomar conciencia de un peligro que siempre nos acecha también a nosotros: el peligro de dejarse llevar por el frenesí de hacer cosas, de caer en la trampa del activismo donde lo más importante son los resultados que se obtienen y la sensación de ser protagonistas absolutos. Es fundamental, para no olvidar las raíces, los frutos en la vida, que es lo que más se ve, nacen de unas raíces, y descansar es ir a la raíz, no vale decir: no tengo tiempo para ti Señor. Porque si lo pasamos a Él a segundo plano, nos ponemos nosotros en primer plano.
Si aprendemos a descansar en el Señor, nos hacemos capaces de una verdadera compasión; si cultivamos una mirada contemplativa, realizaremos nuestras actividades sin esa actitud rapaz de los que quieren poseer y consumirlo todo; así estaremos cercanos a quien más lo necesita y todo lo que tengamos que hacer no nos devorará.