Celebramos la solemnidad del Corpus Christi, un día para darle gracias a Dios por el gran regalo de la eucaristía y de su presencia real continua en medio de nosotros. Él está aquí siempre esperándonos, en medio de nuestras prisas y tareas, nos ofrece un lugar para descansar, reposar y llenarnos de Él para seguir en la tarea, pero con la gracia de Dios, así la llevaremos de otra manera.
Jesús envió a sus discípulos para que fueran a preparar el lugar donde iban a celebrar la cena pascual, nos puede surgir una pregunta: ¿En qué “lugar” queremos preparar la Pascua del Señor? ¿Cuáles son los “lugares” de nuestra vida en los que Dios nos pide que lo recibamos?
Porque la eucaristía no me encierra, sino que me lleva a vivirla en el día a día. Así descubrimos que el Señor no sacrifica un cordero, se da el mismo. Es el Señor, que no exige sacrificios sino que se sacrifica él mismo. Es el Señor, que no pide nada sino que entrega todo. Para celebrar y vivir la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a vivir este amor. Porque si parto el Pan de Dios, mi corazón no puede estar cerrado a mi hermano y especialmente al más necesitado.
Nuestras Eucaristías transformarán el mundo en la medida en que nosotros nos dejamos transformar y nos convertimos en pan partido para los demás.