Celebramos esta solemnidad de la Santísima Trinidad, y para poder acercarnos un poco al misterio que la envuelve creo que es lo mejor descubrir como vivimos ese amor trinitario cada día.
Comencemos descubriendo a un Dios que nos crea por amor. Nos habla de amor, y nos hace a su imagen y semejanza. Somos espejo suyo. Estoy en el mundo porque Dios ha querido que yo exista y me ha encargado una misión.
Al contemplar a Jesucristo, el Dios encarnado, nos tenemos que preguntar: ¡Cuánto tiene que valer el hombre, cuánto tengo que valer yo, para que todo un Dios descienda de su cielo y se haga en todo como nosotros (menos en el pecado)! ¡Que se deje rechazar, despreciar y matar! Y a pesar de todo, nos pone la resurrección, la plenitud, la eternidad a nuestro alcance, como un regalo para quien quiera recibirlo. Porque Él ha venido para que tengamos vida.
Y esa vida hoy habita en nosotros gracias al Espíritu Santo. Por eso el misterio de la Santísima Trinidad es menos misterio cuando aprendemos a vivirlo. Y lo vivimos cuando: amo, perdono, pongo mi vida en sus manos, me levanto de mis tropiezos,… Quien ha experimentado en su vida algunas de estas cosas quizá no sepan explicar el Misterio de la Trinidad, pero lo estará viviendo, que en definitiva es lo más importante.