Durante la cuaresma, nos hemos ido preparando para este momento, aprendiendo la partitura de Dios. Durante estos días vamos a escuchar dos músicas, la del amor y la del odio. Son dos estilos: pensar en los demás (amar, perdonar, servir) o pensar solamente en uno mismo (nuestro propio éxito, interés,…)
Allí, mientras es crucificado, en el momento más duro, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor por los enemigos. Pensemos en alguien que nos haya herido, ofendido, desilusionado; ¡Cuánto tiempo pierde uno pensando en quienes me han hecho daño! Hoy Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar, a romper el círculo vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del odio con la caricia del perdón. Al insulto con bendición, ésta es la música que de verdad nos llenará de paz y de esperanza.
En esta semana tengamos la certeza de que no hay mejor partitura que la que vamos a contemplar en Jesucristo. Que nos ayude desde un corazón agradecido a ser verdaderamente sus intérpretes en el día a día.