Hoy el evangelio nos habla de santidad. Que empieza por permanecer fieles en el amor, incluso frente al mal y a nuestro “enemigo”. Una reacción puramente humana nos limitaría a buscar el «ojo por ojo, diente por diente», pero eso sería hacer justicia utilizando las mismas armas del mal que se emplean contra nosotros. Jesús se atreve a proponer algo nuevo, distinto, impensable, algo que es a su manera. Y que solamente la fe nos puede dar.
Y esa manera: “es amar siempre”. Cultivar ese amor y ponerlo en práctica, sea cual sea la situación en la que vivamos. No dice que vaya a ser fácil, ni habla de amor sentimental o romántico, como si en nuestras relaciones humanas no hubiera momentos de conflicto o motivos de hostilidad. Sabe que en nuestras relaciones existe una lucha cotidiana entre el amor y el odio. También dentro de nuestros corazones hay un choque diario entre la luz y las tinieblas.
Hay que pedirle al Señor que a pesar de nuestras resistencias, digamos cada día: “Quiero amar como Tú”. El primer paso para ser santo, es desearlo. Jesús quiere que seamos tan santos como su Padre. La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría.