Así ha comenzado el salmo, es la esencia del evangelio y de las lecturas de este domingo: honradez y justicia. En el fondo se nos pregunta sobre nuestra autenticidad, nuestra obediencia a la Palabra de Dios, frente al formalismo legal o la contaminación mundana.
El Señor nos invita a huir del peligro de dar más importancia a la forma que a la sustancia. Nos llama a reconocer, siempre de nuevo, el verdadero centro de la experiencia de fe, es decir el amor de Dios y el amor del prójimo, purificándola de la hipocresía del legalismo y del ritualismo. Vigilar que nuestra forma de pensar y de actuar no esté contaminada por la mentalidad mundana, o sea de la vanidad, la avaricia, la soberbia. Hagamos un examen de conciencia para ver cómo acogemos la Palabra de Dios. El mal, en muchas ocasiones no viene de fuera, sale de dentro. Y con el mismo criterio debe enjuiciar cada uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo, a veces, somos nosotros mismos. No echemos la culpa a los demás.
Acojamos la Palabra con mente y corazón abiertos, como un terreno bueno, de forma que sea asimilada y lleve fruto en la vida concreta. Así la Palabra misma nos purifica el corazón y las acciones y nuestra relación con Dios y con los otros es liberada de la hipocresía y se vive en honradez y justicia.