Hay que levantar la mirada para descubrir que estamos llamados a preparar el camino del Señor. Y uno empieza a prepararlo cuando vive su vida confortando a los demás. Hay que dejarse consolar por el Señor. La tristeza y el miedo pueden dejar espacio a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo por la senda de la liberación y de la salvación.
Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros no experimentamos en primer lugar la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio, que tenemos que llevar en el corazón. Y esto nos trae consolación: cuando permanecemos en oración silenciosa en su presencia, cuando lo encontramos en la Eucaristía o en el sacramento del perdón. Todo esto nos consuela. Y así empezamos a «allanar» el camino. Cuyo primer paso es la conversión, para descubrir si el GPS de nuestro corazón está puesto para el verdadero pesebre. Pidamos al Señor que nos consuela, que nos dé el don de saber preparar ese camino, con una vida dispuesta a consolar.