Cuando dejamos que el Señor ocupe nuestro corazón, para que se vaya ocupando de todo, aprendemos a descubrir la verdadera paz y a situarnos en la viña de Dios.
Porque Dios nos ha entregado la mejor viña que es nuestra vida. Nos la ha dejado lista, con cuidado, con cariño. Y nuestra misión: custodiarla, hacerla fructificar y entregar buenos frutos. Y es que la parábola nos muestra la paciencia de Dios con cada uno de nosotros. El problema nace cuando nos creemos dueños y no administradores.
Y eso hace que frente a la voluntad amable y tierna de Dios: nace nuestra arrogancia y nuestra presunción, ¡que se convierte en ocasiones en violencia! Frente a estas actitudes y donde no se producen frutos, la palabra de Dios conserva todo su poder de dar frutos, porque la última palabra no la tendrá la violencia ni la arrogancia. No la tiene el pecado. Sino el Señor, porque Él sigue creyendo en nosotros. Sigue entregando la viña.
Dios nos invita a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Y para ello tenemos que dejar que el Señor ocupe nuestro corazón, para que Él se vaya ocupando de todo. Incluso de la viña de nuestra vida.