Nos avisa del riesgo de las riquezas, porque el Señor nos ha encomendado ser administradores de sus bienes: administradores de la fe, de la esperanza y del amor. Administradores del perdón, de la verdadera alegría, de la VIDA con mayúsculas.
El Señor nos invita a ser esos buenos administradores, en lo pequeño de cada día, en lo cotidiano. No nos dejemos ganar por los que sólo buscan su provecho personal, el logro de una felicidad pasajera y aparente, pongamos cuanto esté de nuestra parte para que el Evangelio sea una realidad viva en nuestro mundo.