Tenemos la encomienda de convertirnos en Evangelio vivo de Dios para los demás. Jesús confía en nosotros, nos envía a pesar de nuestros límites; sabe que no somos perfectos y que, si esperamos convertirnos en mejores para evangelizar, no comenzaremos jamás. Este ser evangelio vivo nace de una llamada.
Porque el Evangelio no puede ser encerrado y sellado, porque el amor de Dios es dinámico y quiere alcanzar a todos. Entonces para anunciar el Evangelio es necesario salir de uno mismo. Acompañando nuestra vida con el signo de la alegría. Una alegría que brota de una esperanza anclada en el Señor, una esperanza que no defrauda, una esperanza de saber que la ascensión no es dejarnos sino enviarnos su Espíritu y prepararnos un lugar.
Con su Ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los apóstoles, y también nuestra mirada, a las alturas del cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Y sin perder la mirada en el cielo, caminemos aquí en la tierra siendo Evangelio vivo, huella de Dios.