En este domingo el Señor nos envía a proclamar el Evangelio. La fe es misionera, no es una cosa sólo para mí, para que yo crezca con la fe. Sino que te lleva a salir de ti. Y proclamad no es meramente contar una historia, es mostrar que merece la pena ser cristianos, lo muestra uno con su alegría, con su forma de hacer las cosas. Con sus ganas de ser cada día fiel a la voluntad de Dios, aunque después nos surjan las debilidades. Las dudas. Pero es algo que arde dentro que necesitamos salir a anunciarlo. Y así nuestra vida siempre está en salida, en camino, en cualquier momento o circunstancia, no buscando el resguardo de lo falsamente cómodo. Sino el gozo de ponernos en camino a compartir lo que Dios ha compartido con nosotros.
Y dando siempre gloria a Cristo, porque así nuestro salir no tendrá otro objetivo que el amor a Dios y a los demás. Y para ello tenemos que pedirle como San Pablo a los Efesios que: «Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros».
Domingo de la Ascensión, nos enseña el Señor a poner la mirada del corazón en el cielo, en Cristo, para poner nuestras manos en el hoy, a su modo y a su estilo.