Si algo muestra el Señor es esa autoridad, que va unida a una coherencia de vida. Es la autoridad que se acerca y se hace servicio. La que escucha, la que acoge, la que no tiene miedo a llevar el amor de Dios a donde haga falta. La autoridad divina no es una fuerza de la naturaleza. Es el poder del amor de Dios.
A menudo, para nosotros la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos, que busca nuestro verdadero bien, que cura las heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor.
Y esa autoridad se muestra en la fuerza de la Palabra de Dios, del Evangelio que es palabra de vida, libera a quienes son esclavos de muchos espíritus malignos de este mundo: el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad… El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. El Evangelio es capaz de cambiar a las personas.