El milagro de las Bodas de Caná comienza por la compasión de María que se da cuenta del problema, está pendiente. No está centrada sólo en lo suyo, en su plato, sino que alza la mirada y descubre donde falta el vino del amor, de la paz, de la esperanza, de la alegría. Nos muestra que ante los problemas, no podemos quedarnos en la queja o huir. Sino mirar a su Hijo, a Jesucristo. Cuando ponemos la mirada en Dios y le presentamos nuestra vida, nuestros tinajas vacías, nuestras dificultades, esas tinajas llenas de vino peleón, avinagrado (críticas, orgullos, enfados, iras,…), que nos provocan resaca, dolor de cabeza, ese sin sabor. Entonces comienza el milagro.
Y arranca con ese “Haced lo que Él os diga”. Y entonces empezamos a empaparnos del verdadero vino bueno, el de la esperanza, el de la misericordia, el de la ternura, el de la amabilidad. El vino de la alegría, que no es superficial, sino profunda, porque en ese momento hemos descubierto lo que supone llenarnos de Dios. Y al final somos llamados a ser tinaja de Dios para todos los demás.