Este Domingo el Señor nos invita a amar. No vivirlo como una obligación sino como el sentido de nuestra vida, porque nuestra existencia está llamada a amar.
Y para ello debemos permanecer en el amor de Jesucristo que dura para siempre, jamás tendrá fin, porque es la vida misma de Dios.
Este amor vence al pecado y da la fuerza para volver a levantarse y recomenzar. El Señor nos llama a amarnos unos a otros, incluso si no siempre nos entendemos y no siempre estamos de acuerdo… pero es precisamente allí donde se ve el amor cristiano.
Es un amor nuevo. Es un amor redimido, liberado del egoísmo. Un amor que da alegría a nuestro corazón. Es un amor concreto hecho de palabras y gestos. En definitiva, la medida del amor al hermano es dar la vida por él como Cristo la ha dado, gastar la vida por los demás día tras día. Cristo resucitado, viviendo en nosotros, nos capacita y nos impulsa a amar «como Él».