Seguimos remando rumbo a Jerusalén, ya hemos visto como mantener la confianza en los momentos de niebla: la importancia de la oración. Este domingo subimos con el Señor al monte Tabor, para aprender cuál debe ser el faro que guie nuestra travesía.
Porque cuando dejamos que Cristo sea ese faro, tenemos la experiencia de la Transfiguración, la experiencia de la máxima consolación, paz y esperanza. Que nos permite ver la presencia de Dios en todas las cosas. No una experiencia superficial, sino que transfigura nuestra vida. Ese monte Tabor, es el altar de la eucaristía, es el momento en que Dios nos muestra su gloria, su Vida.
Y hay que aprender a «Escuchar con los oídos del corazón», que no es simplemente oír. . Hoy estamos abrumados por las palabras, por la prisa de tener que decir siempre algo, tenemos miedo del silencio. Quien escucha a los otros sabe escuchar también al Señor, y viceversa. Y experimenta una cosa muy bonita, es decir que el Señor mismo escucha: nos escucha cuando le rezamos, cuando confiamos en Él, cuando le invocamos.
Subamos al Monte Tabor a escuchar a Dios, para dejarnos transfigurar por Él y así descubrirle como el faro que ilumina nuestra vida en todo momento y circunstancia.