Celebramos la solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Que cambia los corazones, nos hace pasar de ser personas vacilantes, dudosas a valientes, saliendo de nuestros temores para llenarnos de la verdadera alegría. Vence las resistencias, nos hace superar nuestras medias tintas y nos da deseos de entregarnos en lo pequeño de cada día. Seguir soñando a pesar de nuestras tibiezas y de las del mundo que a veces nos lleva a apagar el sueño de Dios con nosotros.
Y ese Espíritu Santo nos hace renacer a la alegría y así nuestra vida florece en la paz de Dios y somos esa paz de Dios para todos los que nos rodean. Pidámosle en este Domingo de Pentecostés, que nos conceda el don de su Espíritu para que cada día renueve nuestro corazón nos dé la alegría de la resurrección, la juventud perenne del corazón: “Espíritu Santo, armonía nuestra, tú que nos haces un solo cuerpo, infunde tu paz en la Iglesia y en el mundo. Espíritu Santo, haznos artesanos de concordia, sembradores de bien, apóstoles de esperanza”.