Estamos en la última catequesis del Señor, sobre el significado de la eucaristía. Que nos recuerda el sentido de comulgar. Jesús se identifica con ese pan partido y compartido. Porque la finalidad de la Eucaristía: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con Él.
La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro «sí», nuestra adhesión de fe. Desea “habitar”, vivir en nosotros el mismo Dios, que muchas veces lo buscamos por muchos sitios, sale a nuestro encuentro, toma la iniciativa para encontrarse con nosotros. Así la eucaristía nos moldea para que no vivamos solo por nosotros mismos, sino por el Señor y por los hermanos. Cuando recibimos la comunión asumimos la vida misma de Dios.
Si dejamos que el Señor “habite” en nosotros. Descubrimos que Jesús no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, ser pan partido de Dios para los demás. Y aprender que la medida del amor de Dios es amar sin medida; y siguiendo a Jesús, nosotros, con la Eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.