De nuevo se nos recuerda la importancia de la fe, porque ambos milagros arrancan desde esa fe hecha oración.
Primer milagro, aquella mujer que lo había gastado todo para curarse, ya casi sin fuerzas, se acerca a Jesús con fe. Esa fe le dio las fuerzas necesarias para lograr abrirse paso entre la gente y llegar hasta Jesús. Es el momento de la fe, de la confianza. Y desde esa fe podemos acercarnos al al Señor para que cure las hemorragias de nuestra vida.
Y eso también se contempla en el segundo milagro la resurrección de la hija de Jairo, también la fe, en el camino, la peor noticia, (“Para qué molestar”: para que rezar, para que luchar, esforzarse, ya no hay nada más que se pueda hacer,…) y de nuevo la fe.
Hay que pedirle al Señor que no desesperemos que el Señor nos dice igual que a aquella chica: «Yo te digo: ¡Levántate!». No nos quedemos postrados en nuestra debilidad. Una fe verdadera es una fe que da la vida. Una fe que cura todo aquello que me desangra y que me coge de la mano para decirme levántate no te quedes en la mediocridad, en la queja, en el enfado, ve y camina: amando y dándote a los demás.