Seguimos avanzando en el tiempo de Adviento, preparando el corazón, puliendo lo oxidado que hay en nuestra vida. Hemos despertado el corazón, lo hemos dispuesto y descubrimos la alegría que viene a nacer en cada uno de nosotros.
La pregunta de Juan el Bautista: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Y la respuesta de Jesús: «id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia a los pobres la Buena Nueva». Es la alegría de la misericordia de Dios, es la alegría de la verdadera esperanza, es la alegría de la conversión, es la alegría de encontrarle sentido a nuestra vida.
Pero la alegría del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón de ser en el saberse acogidos y amados por Dios. ¡Esta alegría verdadera permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento, porque no es una alegría superficial, sino que desciende en lo profundo de la persona que se fía de Dios y confía en Él!