Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». ¿Y por qué? La oración es la esencia de la vida, una vida sin oración, es una vida que se deja llevar por las prisas, los agobios, por mirar sólo a nosotros mismos, nuestras cosas.
Porque la oración es una escuela de amor, porque todas las virtudes que se practican en ella son las que permiten el crecimiento del amor en nuestro corazón. No es una oración introspectiva, mirándonos a nosotros mismos, para alcanzar un “karma”, es una oración donde pongo la mirada y la mentalidad de Dios en mi vida. Y eso lo cambia todo. La oración siempre nos dará la libertad de poder situarnos ante la vida con amor. Independientemente de lo que me ocurra.
La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de la viuda de la parábola, una fe que sabe que Dios le escucha, que a la mínima contradicción o silencio no tira la toalla. Sino que sigue constante, perseverante porque cree, está convencido que Dios no le deja nunca.